domingo, 13 de noviembre de 2011

Confesión #8


 
  Oh, esa música de nuevo, ¿la oyes? ¿Recuerdas lo que significa? Es como una llamada, y yo tengo que contestar, pero nunca lo hago, no me preguntes el porqué. Pegar la oreja a la pared y escuchar, sonriendo, esa melodía que bailan tus dedos con las teclas del piano, y justo después el intento torpe de la pequeña Martina, queriendo imitarte.
  Cierro los ojos. Esta es mi favorita. Chopin. Chopin y las largas discusiones de cómo debe decirse su nombre, ¿eso sí que lo recuerdas, no? Y siempre te enfadas tanto… te lo tomas tan en serio que a veces me pregunto si llegarás a enfadarte en serio conmigo. Nada que ver con las otras veces, esas en las que me prometes una melodía con mi nombre, y sonríes tanto cuando lo dices… se te encienden esos farolillos de tus ojos, y yo, como una idiota, ya empiezo a soñar, a escuchar las notas que arrullan, tan dulces.
  No sé. Tal vez esté haciendo el idiota de nuevo y no recuerdes nada, tal vez no es tan relevante dentro de tu vida.
  También me gusta cuando vienes y me dices que si te puedo hacer algo caliente, que tienes las manos heladas de estar en esa casa, que parece un congelador. Y mi hermano siempre con la misma historia, que si eres mi novio, que por qué no se lo he contado a mis padres. Y tú bromeas y dices cosas como que tú eres demasiado poco para mí, que debería tener cuidado al tener una hermana tan guapa y que si sus amigos no están todos enamorados de mí.
-          Deja de decir tonterías – y te pego en el hombro, riendo, y dejo la taza del café en la mesa. Y ahora me gustaría sentarme en tus rodillas y que me susurrases esas tonterías entre besos, pero me reprimo, echo a Gabriel de la cocina y cojo una silla para sentarme a tu lado.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Confesión #7


  ¿Conoces esa sensación de saber al dedillo hasta el mínimo detalle de una calle por la que has caminado millones de veces? De la que podrías decir a qué huele dependiendo la hora del día, cuántas baldosas tiene, cómo camina la gente cuando la pisa. ¿Y conoces esa otra sensación de tener que seguir fijándote? Como si ya estuvieses tan acostumbrado a hacerlo que tienes que continuar con ello, como si se convirtiese en una obligación o algo así. Anda, ahí está la mancha rosa que dejaste cuando se te calló mi pintauñas hace un par de semanas.
-          Hombre, tú por aquí.
  Levanto la mirada del suelo y veo una figura masculina andando hacia mí. No eres tú y supongo que me siento un poco decepcionada. Me llevo la mano a la frente para hacer de visera ante los últimos rayos del sol, entorno los ojos y distingo el pelo castaño claro de Ismael.
-          ¿Eso no debería preguntarlo yo?
  Sonríe, ahora a apenas unos pasos de mí, y me mira a los ojos. ¿Sabes? Es de esos que contagian alegría, de esos que te meten un no sé qué dentro de ti y que – casi - te obliga a verlos con simpatía.
-           Creía que estabas muerta, hace siglos que no te veía. ¿Qué tal te va todo?
-          Bien, supongo.
-          Me alegro – apenas me deja acabar la frase -. Un día de estos te llamo y te invito a tomar algo, seguro que tienes miles de cosas que contarme.
-          Bueno, mi vida sigue más o menos igual. Nada interesante.
-          Venga, no seas modesta.
-          Te lo digo de verdad – y lo peor de todo es que es cierto – pero adelante, si estás dispuesto a perder un poquito el tiempo conmigo, por mí no hay problema.
-          Lo perderé encantado.
  Se lleva una mano al cabello para apartarlo hacia atrás y veo su reloj de pulsera que me recuerda que ya debería estar en casa. Entreabre los labios para decir algo pero, sin quererlo, me adelanto:
-          Oye, creo que debería irme – y ya me estoy yendo, justo como tú dices que hago siempre -, se me ha hecho un poco tarde y…
-          Bueno, nos vemos, no te preocupes.
  Y no me queda otra que devolverle la sonrisa, tal vez contagiada de nuevo por la de él.
  Realmente es un chico fantástico, en todos los sentidos, ¿sabes? Quiero decir que puedes contar con él para lo que sea, en cualquier situación, aunque apenas lo conozcas. Y además es de esas personas que nunca decepcionan, de las que te hablan mil maravillas y cuando las conoces piensas que todo lo que te han dicho se queda corto.
  Creo que en cualquier otra situación habría intentado tener algo con él, al fin y al cabo, ¿quién no lo haría? Es bueno, es guapo y las chicas no paran de recordarme lo que yo le gusto desde hace un tiempo – sí, yo, con mis aires de poca cosa-. Me pregunto por qué no se habrá fijado en Miranda como hacen todos y tú, sin embargo, te preguntarás que por qué no lo intento, que a qué otra situación espero y supongo que yo tampoco lo sé muy bien… es simplemente que soy incapaz, algo me hace sentir ridícula, quizá intentar  de nuevo prescindir de ti o de quererte, porque todos sabemos que para esto no hay opción, no hay vuelta atrás, aunque suene apocalíptico. No puedo cerrar los ojos a algo que está tan presente como tú, y todo lo que ello conlleva. 

jueves, 8 de septiembre de 2011

Confesión #6


A veces pienso que me gustaría ser como Miranda. Vale, lo pienso muchas veces. Sobre todo cuando veo que afronta las cosas así, como si todo fuese fácil, como si no hubiese mucho por lo que preocuparse, sin darle demasiadas vueltas. Y luego está eso de ser fuerte, decidida, clara, directa, sincera; eso de vivir el momento, llevar el carpe diem a veces hasta extremos insospechables; puede que a los más sensatos le parezca una locura esa manera de vivir, sin pensar demasiado en el futuro, pero hace falta tener muy clara la posición de uno - y estar orgulloso de ella - como para no envidiar a Miranda.
  Supongo que también admiro/envidio esa manera de caminar, segura, fuerte y a la vez delicada, sensual; esa manera de hablar, de apartarse el pelo, de llevarse el pitillo a la boca… y, además, a veces creo que en vez de una sonrisa tiene un revolver con el que hace que todo el mundo caiga, y no sólo hablo de hombres – sin importar la edad – sino de cualquiera. Tampoco uno se queda indiferente cuando la ve a los ojos, tan duros a veces y que siempre destellan audacia, como recordándote que no es tonta, que no hace falta burlarse de ella.
  Busca las llaves en el bolso y me habla mientras abre el portal del edificio:
-          Bueno, hasta mañana. Y espero que pienses un poco en lo que te he dicho.
-          Lo haré, tranquila.
  Sonríe y entra.
  Conozco a Miranda desde hace muchos años - tú bien lo sabes, te he hablado de ella desde el principio - y aún ahora me pregunto si de verdad nunca ha querido a nadie, como ella asegura, con esos aires de dura que le gusta adoptar a veces, “a mí el amor me importa una mierda, Zaira”. Me pregunto si ninguno de esos chicos fugaces la ha marcado de verdad. Y, ¿sabes? la mayoría de las veces no dudo en que me diga la verdad, sin embargo hay otras en las que dudo, en las que sus ojos parecen flaquear, al igual que sus manos, que parecen volverse nerviosas… pero todo eso ocurre unos cuantos segundos, medio minuto a lo máximo, y luego recompone su compostura y vuelve a jugar su papel y me da la impresión que sólo lo he imaginado. Tampoco nunca me he atrevido a insinuarlo, ni creo que lo haga, si tiene algo que contarme, quiero que decida hacerlo por sí misma, sin mis preguntas. 
  A veces creo que se parece a ti, por lo menos en lo concerniente a ese tema.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Confesión #5


-          ¿Te has fijado en cómo me ha tratado hoy? – Rompo el silencio, incapaz de contenerme por más tiempo, porque necesito preguntarlo, supongo que para asegurarme de que no sólo han sido imaginaciones mías.
  Miranda suspira y gira el rostro hacia otro lado, sin querer que encuentre en su mirada ciertos aspectos que quizás me harían daño. Hoy está poco habladora, como si por primera vez en su vida le diese vueltas y vueltas a algo en su cabeza.
  Tarda varios segundos en contestar, sin atreverse a mirarme todavía:
-          A mí me ha parecido igual que siempre.
  No puedo darme por vencida así como así; contraataco:
-          Para nada. Ha estado mucho más atento a mí y además, no sé, no paraba de sonreírme.
-          Ya – es seca, borde como casi siempre que abordamos el tema.
-          ¿De verdad que no te has dado cuenta? – en mi interior empiezo a flaquear. Te maldigo.
-          ¿Por qué no dejamos el tema? No quiero que sigas haciendo castillos en el aire.
  Me muerdo el labio inferior y clavo la mirada en la acera blanca, como buscando algo de ayuda allí. Tiene razón y eso es lo peor, mis castillos siempre acaban hechos ruinas, eres como el vendaval que llega cuando las piezas están aún sin fijar, y siempre echas todo abajo: paredes, fuertes, murallas…
-          Deberías intentar olvidarlo.
-          Sabes todas las veces que lo he intentado.
  El silencio cae como una losa una vez más. No es una situación cómoda a pesar de que ya hemos hablado de ti quinientas mil veces, al menos. No quiero responder y a ella parece costarle hablar de ti.
-          En serio – recalca, como con esfuerzo -, no sabes lo que me jode que todavía sigas detrás de ese gilipollas.
  Ahora no sé qué decir. Es como un cubo de agua que te da en la cara de pronto. Ella sigue:
-          ¿Sabes qué es lo peor de todo? Que no quieres olvidarlo, ni siquiera lo has intentado. Y no lo entiendo, no entiendo cómo puedes quedarte cruzada de brazos mientras toda esa mierda no para de golpearte una y otra vez. ¿Acaso te gusta esta situación?
-          No digas tonterías, claro que no me gusta, pero, ¿qué quieres que haga? Te prometo que volveré a intentar olvidarlo.
-          No sé cuántas veces habré escuchado esa frase.