jueves, 8 de septiembre de 2011

Confesión #6


A veces pienso que me gustaría ser como Miranda. Vale, lo pienso muchas veces. Sobre todo cuando veo que afronta las cosas así, como si todo fuese fácil, como si no hubiese mucho por lo que preocuparse, sin darle demasiadas vueltas. Y luego está eso de ser fuerte, decidida, clara, directa, sincera; eso de vivir el momento, llevar el carpe diem a veces hasta extremos insospechables; puede que a los más sensatos le parezca una locura esa manera de vivir, sin pensar demasiado en el futuro, pero hace falta tener muy clara la posición de uno - y estar orgulloso de ella - como para no envidiar a Miranda.
  Supongo que también admiro/envidio esa manera de caminar, segura, fuerte y a la vez delicada, sensual; esa manera de hablar, de apartarse el pelo, de llevarse el pitillo a la boca… y, además, a veces creo que en vez de una sonrisa tiene un revolver con el que hace que todo el mundo caiga, y no sólo hablo de hombres – sin importar la edad – sino de cualquiera. Tampoco uno se queda indiferente cuando la ve a los ojos, tan duros a veces y que siempre destellan audacia, como recordándote que no es tonta, que no hace falta burlarse de ella.
  Busca las llaves en el bolso y me habla mientras abre el portal del edificio:
-          Bueno, hasta mañana. Y espero que pienses un poco en lo que te he dicho.
-          Lo haré, tranquila.
  Sonríe y entra.
  Conozco a Miranda desde hace muchos años - tú bien lo sabes, te he hablado de ella desde el principio - y aún ahora me pregunto si de verdad nunca ha querido a nadie, como ella asegura, con esos aires de dura que le gusta adoptar a veces, “a mí el amor me importa una mierda, Zaira”. Me pregunto si ninguno de esos chicos fugaces la ha marcado de verdad. Y, ¿sabes? la mayoría de las veces no dudo en que me diga la verdad, sin embargo hay otras en las que dudo, en las que sus ojos parecen flaquear, al igual que sus manos, que parecen volverse nerviosas… pero todo eso ocurre unos cuantos segundos, medio minuto a lo máximo, y luego recompone su compostura y vuelve a jugar su papel y me da la impresión que sólo lo he imaginado. Tampoco nunca me he atrevido a insinuarlo, ni creo que lo haga, si tiene algo que contarme, quiero que decida hacerlo por sí misma, sin mis preguntas. 
  A veces creo que se parece a ti, por lo menos en lo concerniente a ese tema.

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