sábado, 16 de julio de 2011

Confesión #2

-           ¿Ha nadie se le ha ocurrido traer nata, no? – preguntas mirando a tu alrededor, esperando una afirmación que no llega. Te resignas y metes la fresa en la boca, sin más, lentamente, puede que sepas lo que se me está pasando por la cabeza y buscas torturarme un poco más.
    Es una sensación difícil de definir el verte contento, pero que me llena de forma completa, al cien por cien. Tengo que confesar que sólo llevo las fresas por y para ti, como si de un tesoro se tratase.
  Me recuesto a tu lado en la toalla, intentando no llenarla de arena (aunque siempre fracaso en el intento) mientras el resto se levanta para jugar a no sé qué.
  Tú pones los ojos en blanco y me calificas de imposible, luego me enseñas la fresa ya mordida, muy roja, y haces una seña como preguntándome si quiero un poco y sin esperar respuesta me la llevas a la boca. Me sonríes cuando me la acabo y también te recuestas un poco.
  Te veo tan cerca y me golpea ese sentimiento… ese sentimiento de ternura, despierta de nuevo en mí, irremediablemente. No es sólo deseo, ni ganas de conseguirte, ni nada por el estilo – aunque tampoco pueda negar que de vez en cuando me muera por estar en el lugar de una de esas chicas de discoteca que te acabas llevando al coche – sino que se le suman unas ganas gigantescas de cuidarte, de darte un beso en la frente y susurrarte palabras de ánimo, de ayudarte aunque sea imposible.
  Rozo tu mano y mi corazón palpita con fuerza, sin poder evitarlo, aunque ya te haya rozado innumerables veces y ya me sepa de memoria todos – o casi todos – los rinconcitos de tu piel. Y tú parece que no te das cuenta, a veces me pregunto si de verdad estás tan ciego o es que prefieres ver sin mirar, como dijo alguien alguna vez. Le dices algo a Iván y vuelves a centrarte en mí, entrecerrando un ojo por culpa del sol que te da de lleno.
-          ¿No quieres ir con los demás?
-          No, ya sabes que no me gusta moverme mucho después de comer.
-          ¿Dónde acabaste este sábado? – cambia de tema sin avisar, como normalmente, como si en su cabeza la conversación siguiera y uniendo temas hubiese desembocado en este – Te perdí de vista en nada.
-          Querrás decir que fui yo quien te perdió de vista, ni siquiera te vi irte – noto como mi voz se endurece, sin darme cuenta. Intento endulzarla -. Luego Iván me comentó que te habías marchado con la chica morena, esa con la que ya habías estado el fin de semana pasado.
-          Ah, sí, pero fue algo rápido. Ella estaba borracha y sabes que no me gusta demasiado cuando es así, me corta el rollo. Cuando acabamos le dije que no tenía pensado llevarla a casa y se puso como una fiera, así que la despaché en nada y volví adentro.
  Definitivamente, debo esconderme demasiado bien como para que no se dé cuenta de la mezcla entre celos y rabia que desborda dentro de mí.

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