viernes, 8 de julio de 2011

Confesión #1


Tú, yo y otra vez tú. Porque lo dulce sin amargo no es dulce.


Yo no sé. No sé qué es lo que tienen los días de sol que ponen feliz a todo el mundo, que parece que te obligan a sonreír, sin saber siquiera muy bien por qué. Veo al cielo, como para asegurarme de que no hay ninguna de esas nubes antagonistas acechando y luego me fijo en ti y en que podrías eclipsarlo en cuanto te plazca.
  Cojo una bocanada de aire, que ya sabe como a verano, y cierro los ojos unos segundos, luego, tú me quitas de mis ensoñaciones cogiéndome de la mano y haciéndome dar una vuelta sobre mí misma, bailando al son de la música rebelde que se escapa del coche parado a nuestro lado por culpa del atasco. Echo la cabeza hacia atrás y río ante esa mueca de concentración inevitable y esos pasos de baile que parecen más propios de tu padre. Una de las chicas también se ríe conmigo, tú pareces darte cuenta y detienes tu baile durante un segundo, intentas ponerte serio, pero esa luz de tu ojos te delata – y ya sabes de la que hablo, esa que, de forma indirecta, enciende otras tantas en mí-; la miras, me miras, me guiñas un ojo y te unes a nuestras carcajadas. Hoy es un buen día, me siento llena, enorme, como una bomba a punto de estallar de alegría.
  Caminamos hacia la playa, aunque todavía no hace el calor suficiente. Eres tú quién ha propuesto el plan, quién me llamó ayer a medianoche para avisarme de que tenía que llevar no sé qué cosa que se me ha olvidado y quién ocupará la gran parte de mi día; no quiero parecer ingrata pero si no hubieses sido tú la voz al otro lado del teléfono, no habría aparecido.
  Un claxon y un chico que silba desde la ventanilla de un coche, descarado, y una de mis amigas que lo saluda, sonriendo, pícara. Tú ríes y bromeas, preguntas algo como:
-          ¿Pitarían por mí, no?
  Hoy te noto más feliz de lo normal, tal vez esa sea una de las razones que incrementa el buen humor del que estoy hoy. De todas formas, esa cabecita mía no puede evitar relacionar tu alegría con alguna de tus chicas. ¿Miedo? Sí, claro, a que te me escapes.
  Irremediablemente me giro a verte, como esperando que sigas ahí, que nadie te haya robado. Sigues riendo, con esa risa mágica. Y qué más da no ser la única, que no me veas completamente, si tú eres feliz así. Claro que puedo compartirte, puedo resignarme a ti si me lo pides, aunque eso suponga resignarse a la gran parte del todo que vivo ahora.
-          ¿Te pasa algo? – pregunta Miranda, poniendo una mano en mi hombro. Siempre ha tenido un sexto sentido para descubrirme, o tal vez es que no me esconda demasiado bien.
-          No, en absoluto. – Realmente no quiero preocupar a nadie, estoy, dentro de lo que cabe, perfectamente bien.
  Alzo la cara y miro al cielo azul, ni una nube.



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